¿También sientes la humedad del bosque caliente? Había luciérnagas afuera de la ventana, un tambor africano a unos metros, mi llanto quedito sobre tu pecho. Me viene el recuerdo con cada primavera, cuando la ciudad se me pone llena de jacarandas y tu ausencia me ronda, tan rotunda, tan desolada. Esta mañana apareciste frente a mí en la fila del banco, en la sonrisa de unas religiosas que se divertían con la sombra de un árbol, calmadas, traviesas, sus arrugas adivinaban unos cincuenta años. ¿Éramos como ellas, cierto? El mundo nos pasaba encima y nosotras teníamos un árbol, una sombra, un secreto cómplice, también colectábamos piedras, también jacarandas.