Golpista

Por las mañanas saco a pasear a mi perrito. Esta vez no quiso caminar por donde siempre y concedí el deseo caminando por donde el animal quería, una ruta desconocida. El perro es chico, asustadizo y recién un gato le rasguñó el ojo, así que debo ir cuidando para que ningún perro grande, callejerito, lo ataque, como ya casi ha pasado. Hoy una señora abrió su casa mientras íbamos pasando, estaba por abrir su calle, aprovecho entonces para saludarnos un enorme perro por la misma puerta, se veía tranquilo, pero agarré al perrito mío, no fuera a ser. Y de pronto, la señora comenzó a gritarme, supongo que porque iba yo cautelosa, mirando para todos lados que ningún animal se comiera al perrito, yo qué sé, me gritó que quién me pagaba, que quién me mandaba, que por qué la vigilaba, santas diosas, ¿de qué habla, señora? alcancé a decir, pero ella seguía: ¡eres una golpista!, válgame, ese término se escucha muy político, agarré al perrito para cruzar casi corriendo la calle, mientras pude gritarle (déjenme ser, era muy de mañana): ¡Qué miedo, no sabía que la banqueta era de usted! Y la señora gritaba y gritaba: Ahora ya lo sabes, ¡dime, quién te paga, por qué vienes! Y bueno, han pasado varias horas de eso, mientras sigo trabajando, pienso, qué delicia gritar eso en espacios que no son de marcha y poder lanzar como esa señora: ¡Quién te paga!, ¡Quién te manda a vigilar! Tantas ganas de decírselo a las estrellitas pop del feminismo que se dedican a defender proxenetas, hombres transfemeninos y al Estado.

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