En cualquier taller o conferencia de «amor romántico» nos dirán que el amor no hiere, que hay que identificar la violencia para salir de relaciones «tóxicas», para que al final del camino encontremos a un «buen hombre». A veces, la conferencista nos comparte un poco de su historia, de cuando salía con «patanes», sin embargo, por fortuna, ahora su vida es feliz con un «buen hombre amoroso», que es un héroe por lavar su propio plato. Algunas más nos contarán que lo importante es no dejar de creer en el amor, que solo el «romántico» es el problema porque a final del camino un «buen compañero» espera por nosotras. ¿Les suena? ¿Les ha pasado? ¿Sí se ve cuál es el problema de esto? Exacto, que la «crítica» al «amor romántico» es solo el cuento del príncipe azul renovado. Al final, un «buen hombre», o varios, esperan por ti, mujer, cuyo destino es estar con ellos. Esto se debe a que hablar de «amor romántico» sirve para conservar al patriarcado, en cambio, la crítica que sí cuestiona, la que va a las profundidades, es a la heterosexualidad obligatoria, o sea, a la ideología de que debemos estar con ellos porque de lo contrario: no somos nada. El patriarcado nos obliga a creer que ellos son nuestra mitad, que el ying y el yang, que las patrañas de la dualidad, lo que nos dicen es: las mujeres somos sus esclavas y qué mejor que las esclavas crean que explotación es amor; qué mejor que crean fervientemente que los hombres son la mitad de su vida, así no se dan cuenta contra quién hay que luchar ni quién les ha puesto la soga, ni quién las asesina.
Pero yo sé que esto ya lo sabían.
Sigan existiendo