Cotidianamente

Estoy enloquecida, no raramente enloquecida, cotidianamente enloquecida, como cualquier mujer enloquecida. Un día cocinando puedo de pronto tirarme al suelo para pedirle al perro que se estire al mismo tiempo que yo, imítame Rufino, él viene y se estira como coincidencia divina. Renuncio a competir, a los sueños ajenos, a los caminos apresurados. Me vanaglorio en mi propia legitimación aunque corra el peligro de reforzarme egocéntrica, no me importa, necesito hacerlo porque si no lo hago, me pierdo, necesito saberme única para mí en mis adentros, pero igual a todas cuando se trata de ponerme sincera, no siempre lo logro en ese orden. No soy nada de eso. La vida no es nada. Podría no ser nada mañana. No hay nada qué alcanzar, ni qué demostrar, este paraguas me está cansando. La colectividad piden, la colectividad insisto, pero no voy a esperar a nadie como ninguna rebelión esperó por mí. Quiero escuchar los pájaros al amanecer, mirar montañas sobre mi vista, cocinar abundantes desayunos con mujeres escandalosas en la cocina. Las niñas están corriendo por donde sea y hay berrinches, también hay perros, gatas, piedras de río y una mujer que me sonríe debajo de sus plantas colgantes.

Deja una respuesta