Tal vez no lo logren dimensionar por ese autoengaño cotidiano, pero no hay hombre millonario (su cantante favorito, el influencer, el actor, el conductor…) que no esté vinculado con redes de trata de mujeres.
Al igual que muchas mujeres, me acostumbré con la vida de internet, a mirar programas basura mientras trabajo. He visto de todo y me lo cuestiono porque eso ha significado dejar que voces de hombres estén aquí en un espacio sagrado. He escuchado programas aleatorios y he conocido historias de hombres famosos (influencers, cantantes, conductores, actores), y ninguno, absolutamente ninguno de esos hombres famosos es ajeno a las redes de trata de mujeres con fines de explotación sexual.
Podría hacer un compendio de todas las veces que admiten estar vinculados a esa industria de explotación cuando entre risas hablan de lugares donde hay niñas y mujeres de todas las edades y países, aquí en México.
A estas alturas ya entendí que no hay hombre millonario que no esté haciendo su riqueza de la explotación sexual de mujeres, «invirtiendo» y consumiendo el cuerpo de mujeres empobrecidas que sus madres buscan con letreros de búsqueda. ¿Qué nos habrán hecho para que no podamos ver que cualquier magnate está sostenido en la explotación de nuestras compañeras? ¿Qué nos habrán hecho para querer ir a sus conciertos o a sus presentaciones con total fanatismo?
¿Se acuerdan del ex-novio tailandés de cierta influencer de moda? Un joven de apenas veinte años, que la llevaba de Tokio a New York, paseando por los Airbnb más sofisticados, un buen día por fin se supo que el padre de ese joven era el tratante de mujeres más grande de Tailandia, de ahí venía su riqueza, no de vender computadoras o ser propietario de hoteles. Desde entonces, no dejo de pensar cada vez que miro una historia de Instagram de algún hombre viajero y millonario, el número de inversión que tendrá en las redes de explotación de mujeres.
Debo decir que los hombres empobrecidos no se quedan atrás, todo hombre común secunda esta gigante red de explotación con el consumo de esos lugares, pero también reproduciendo dicha explotación con la mujer que tienen a su lado, por ejemplo, los grupos de whatsapp, la violación cotidiana, los feminicidios.
Ahora me acuerdo de él, un profesor de la universidad moreno, trabajador, bajo de estatura, con quien algunos muchachos, también morenos, se sentían íntimamente relacionados porque no provenía de las élites universitarias blancas; de niño, el profesor había vendido artesanías en los semáforos y le había costado cada peldaño escalado en la universidad, pero fue él quien con toda tranquilidad nos contó que tenía conocimiento a detalle del procedimiento para traer mujeres de Centroamérica a México, para prostíbulos, como quien comercia champú, bastaba un par de llamadas y no había mayor complejidad.
Él, tan trabajador, moreno, bajo de estatura, el de la sonrisa simpática que nos contaba de su venta de artesanías, el mismito que vivía a dos horas de la universidad, podía vincular entre políticos las redes de tratantes con fines de explotación sexual de mujeres, sin pestañear de vergüenza, aflicción ni dolor, pero tampoco pavoneando nada, no era su mayor mérito la explotación de mujeres, por eso no lo presumía, tan solo era un trámite, un par de llamadas para traer mujeres de aquí para allá, para violarlas y nada más, nada más.