A veces aviso a las compañeras con sarcasmo, ahora que estamos tranquilas, ahora que aún no nos odiamos, podemos soñar juntas. Ellas ríen y me dicen, cómo nos vamos a odiar, es imposible, somos compañeras. Pero es posible, es lo común, el hilo que nos rodea, este hilo lleno de amor, tan débil y quebradizo, que sostenemos con voluntad, cada una con sus manos, es un hilo de misoginia también, está hecho de mucha pasión, mucho amor, muchos sueños, pero de misoginia también, no quiero romperles el corazón, les quiero contar que eso hizo con nosotras el patriarcado, les aviso y advierto que si lo queremos sostener, nos va a costar sacarnos la misoginia.
Me he preguntado por años, ¿por qué algunas relaciones entre mujeres que son amorosas tienen que acabar mal? ¿Por qué la angustia de no querer más que ver contigo me lo conviertes en odio? ¿Por qué los recuerdos, lo hecho, lo ganado lo vuelves reproche hacia mí? Lo digo para mi infortunio, por más de un par de compañeras que han salido de mi vida, a las que les puse un alto ya porque me sentía usada, ya porque me sentía ninguneada, y el reproche apareció, sube, continúa o ha durado en algunos casos más de un par de años, ¿saben? es que debo hacer algo mal yo y no sé qué es, pero de mientras advierto, el hilo es débil o poderoso si lo trabajamos.
Tengo que ser franca, no odio a ninguna mujer en mi vida, ni tengo un reproche público qué hacerle de índole personal, aunque a veces me defiendo, pero ya tampoco me gusta defenderme porque no soy lo que las otras dicen de mí, por más que busquen ejercer control en la imagen que difunden de mí, vamos, ni yo puedo a ratos saber quién soy. Les decía, no odio a ninguna, ni siquiera a la más liberal, quiero decir, detesto y critico su trabajo, porque nos vende a los hombres, pero tengo que confesarles que no paso la noche en vela lanzando dardos contra la imagen de su rostro, más bien me lo lanzo a mí como a todas, me hiero con las exigencias del patriarcado no cumplidas, me da aborrecer mi cuerpo a ratos, mi vida e incluso mi felicidad, no debería ser feliz, pero lo soy.
En una obra de teatro que mi hermana Amaranta dirigió, donde tres hermanas discuten, platican y sueñan, a propósito de que una de ellas acaba de dispararle a su marido, ella misma concluye: “Yo pienso que mamá no se quería suicidar, quería matar a papá”, lo dice porque para ella fue esa la epifanía, primero quería matarse y después supo que lo quería matar a él. Mi hermana me explicó que eso es el odio a nosotras, un odio hacia ellos no bien canalizado, las mujeres no se quieren matar a sí mismas, las mujeres los quieren matar a ellos. Supongo que es un poco lo que nos pasa a todas, más allá del suicidio, es el odio a nosotras y el odio a las otras.
He pasado años preguntándome por qué las relaciones amorosas (amistad, compañeras, colaboradoras, parejas) entre mujeres deben acabar con reproches públicos, o por qué me pasa eso a mí, a veces pienso que es una cosa de inmadurez de la posmodernidad, la ausencia de derechos y el desamparo social, esa es mi explicación más sencilla para la mentira bien expuesta en alguna red social sobre mí, otras veces pienso que es una manera de odiarse a sí mismas, porque quien no canaliza el odio hacia sí misma sino que lo canaliza a otra sigue manteniendo una ola de odio hacia ella porque la ha convertido en su espejo, es decir, sigue canalizando como todas, el profundo dolor de no poder matar hombres.