Se vale llorar, que los fantasmas del pasado nos recorran la piel con miedo, se vale sopesarlos, mirar de qué están hechos, se vale reencontrarnos con las niñas maltratadas que fuimos, recordarnos que somos mujeres feroces. Se vale llorar y deshacer los nudos que nos dejaron atados y que no son nuestros, también se vale abrazarse y reír, morderse los cachetes, discutir, imaginar otras posibilidades, regar las plantas, tomar pulque extremadamente dulce, escuchar la lluvia, buscar a la mujer que nos dijeron era nuestra madre, pero es una mujer como nosotras, con aciertos y desaciertos, errores y sabiduría, con sus temores que de nuestra mano quizá se vuelvan menos. Se vale dejar de adorar mujeres que siguen sosteniendo el trofeo del patriarcado y que siguen hablando el lenguaje de los hombres, academizadas, blanqueadas, burlonas de nuestras creaciones que vienen atadas a nuestros cabellos ancestrales, con nuestros inciensos y masajes de útero. Se vale encontrarnos con aquellas que incluso en la diferencia impuesta, se permiten dialogar, conocernos, juntarnos los sábados, escuchar lo que les preocupa, escucharnos también a nosotras, incluso sabiendo que la alianza nos puede durar lo que nos dura el esfuerzo. Se vale repasar los pasos para evitar caer en los viejos errores, aprender a amarnos a pesar de los mismos, saber que nosotras no teníamos la culpa de todo como nos dijeron, dejar de aventar responsabilidades en otras y no deslindarnos de lo que nos corresponde. Se vale maldecir, indignarse, tener enojos que hagan cimbrar la tierra, pero luego rectificar si nos hemos equivocado o si esa que fuimos no alcanzaba a esta otra que ya está más tranquila. Se vale no olvidar que somos potentes y creadoras, narradoras de nuestra vida y nuestros piensos, se vale saciarse de rabia y de alegría todo al mismo tiempo, para estar poco a poco más tranquilas, más nosotras.
