En cualquier aula universitaria o espacio con pizca de crítica se coincide en la misma conclusión: «El capitalismo arrasa con todo a su paso». Proliferan trabajos mal pagados en apps como didi o uber eats, se venden tierras al mejor postor para construir monstruos inmobiliarios que nadie habitará, escasea el agua con complicidad de los gobiernos dejando a miles sin sustento, las personas son obligadas a desplazarse de sus lugares de origen en grandes masas hambrientas migrantes, y además, el narcotráfico se ha apoderado de todo, hasta de las verduras en los mercados.
La indignación inunda el espacio en que se esté, se analiza cómo se asfixia a la clase trabajadora y racializada para dejarla sin nada y cómo el neoliberalismo nos ha vendido la pobreza como «decisión», pero no lo es. Llueve más indignación. Pero observemos qué pasa cuando ese análisis pretende explicar a las mujeres. De pronto toda esa crítica se esfuma, ya no hay explotación capitalista si se trata de mujeres, la gente comienza a recitar alegremente: «Cualquier trabajo es explotación, qué más da si ellas ‘deciden’ prostituirse». Se ausenta la indignación. Todo se justifica como «decisión» y hasta hay miradas brillantes como como si estuviesen hablando de estrellas de rock cuando hablan de víctimas de redes de trata, es más, hay quienes conciben en la explotación de otras una posibilidad estética: «Ellas deciden prostituirse, ellas deciden alquilar su útero, ellas deciden estar con maridos golpeadores, todo es su decisión…¡que es su libertad, carajo!»
Y miramos la puesta en escena incrédulas mientras los hombres «críticos» se colocan pelucas de colores y visten las enaguas de nuestras abuelas en sus exámenes de titulación o en sus fiestas de cumpleaños, como disfraz nocturno de lentejuelas. Y tú te callas, porque ese es tu lugar, el silencio, y si hablas, te toca la expulsión y el desempleo, o hasta una queja ante derechos humanos. Pero adentro, en la corazona, no te puedes callar, adentro no puedes ceder, adentro no puedes olvidar que ellos son hombres y nosotras mujeres porque ahí sí estaríamos perdiéndolo todo. Porque si tú te ahogas en sus discursos y recitas creyéndoles, bajarás la guardia o terminarás afirmando que no hay peligro en que un hombre comparta baño con las niñas. Y ninguna niña y ninguna mujer merece vivir así. Tenemos que seguir honrando nuestro legado de rebeldía ginealógica para mantenernos alertas, con vida.