Había unas mariposas de plástico que colgaban de un hilo para hacer un collar. Abrías la mariposa que en realidad era la tapa de un recipiente pequeñito y había cremita sólida para los labios. Así eran los noventas, esa era mi infancia, me gustaba cargar esas cosas por el olor, pero no pude nunca usar un labial en mi boca. Aún hoy la sensación que me provoca un labial es de no ser yo, me siento abrumada por el disfraz, como si me impidiera ser quien soy. No uso rímel, sombras, bases ni labiales, tampoco me enchino las pestañas, me estorba hacerlo. Todo el tiempo estoy sin nada, a veces olvido hasta la crema, pero trato de no hacerlo. Me cuesta usar aretes, pero me gusta cómo se ven, por eso me compré unas argollas de acero inoxidable que nunca me quito, aunque a veces se me caen en la regadera. Me cuesta peinarme, a duras penas desenrredo mi cabellera de camino al metro. No creo que esto me haga mejor, quizá es que gasto muchísimo menos dinero y tiempo para existir, tampoco es que no me atraviesen los estándares de belleza, trato como ejemplo de revisar que mi panza no se ponga tan redonda y me culpo cuando como más de dos rebanadas de los pasteles de las sesiones de cierre de los cursos. Pero a veces en instagram me pongo a ver las historias de gente que sigo, mujeres no feministas, que hacen videos de viajes o de comida, usan mascarillas graciosas, cremas caras, maquillajes que no sabía que existían, se comparten colores y tips, y siento, siempre siento, que estoy viendo un país ajeno a mí, como si percibiera una serie que se hacía en los años ochenta, algo lejano, una película de un país que no existe, pero existe y estamos atadas, de mientras las observo colocarse cosas, inyectarse la cara, ponerse color, y aunque sé que lo que hago es una desobediencia aprendida de mi madre quien tampoco usó alguna vez maquillaje por muy barato que fuera, no dejo de sentir que «nunca maduré» como las verdaderas mujeres que podían poner un labial colorido en sus labios sin sentir las tremendas ganas de arrancárselo con un papel hiegiénico como siempre sentí yo.