Una vez conocí a una mujer que me habló de un tema, un tema de historia que no vale especificar. Me contó que estaba especializada con una tesis gigante, sin embargo, había algo inconsistente en ella, los datos vertidos eran como piezas de joyería presumidas en aparador, no tenían un hilo narrativo ni tampoco parecía tener pasión por algo que ella ostentaba como su gran trabajo. Supuse su hartazgo para no pensar mal, pero es que yo no lo pregunté ni le pedí que me hablara de tal tema, lo dejé pasar. Con las semanas, ya ven cómo es la vida de azarosa, conocí a otra mujer en una reunión con mis amigas, y me contó del mismo tema, con una pasión sin esfuerzos, como un cuento exquisito, como quien se ha entregado tantas horas a las lecturas y entrevistas que se sabe la historia como si hubiera estado ahí, agregaba anécdotas, críticas, dudas, cosas que no pudo entender, conclusiones aventuradas que todavía no pudo escribir. Qué curioso, le dije, hace tantos días conocí a una mujer que me contó del mismo tema. La vida social de las lesbianas es pequeña en esta ciudad, era su ex novia. Esta lesbiana frente a mí era la autora de la investigación, sin embargo, su ex novia había hecho un documento también, no tan suyo, no tan propio, según yo constaté sin que nadie me explicara. Entonces había sido cierta esa primera sensación que tuve, la de estar con quien no es autora de la idea que recita, eso significaba que una puede percibir que quien pronuncia una idea la ha trabajado o la está repitiendo por inercia, por plagio o por flojera. Yo quisiera que esto no nos ocurriera más entre nosotras, pero sí se puede sentir la voz oculta de una mujer no citada en la palabras de la otra, hay algo que se percibe como ajeno, que no emana de ella, que la rebasa y toma forma propia, como una sombra mágica persiguiendo a su verdadera autora, una sombra en pena que se echa a correr una vez que sale de la boca de la hurtadora, develándola coleccionista de piezas robadas.