A los 5 años supe que Estrella me había mentido, no era yo la niña más bonita ni más inteligente de todo Tehuacán. Estaba Tania, con su corte de honguito perfecto, su rapidez en las sumas y el coloreado creativo. Adriana, la de los ojos hermosos, tenía un vocabulario tan amplio que le tocó darnos una clase improvisada en el recreo para explicar qué era “el pico de gallo” mientras todas creímos que era una ocurrencia tenebrosa. Vianey usaba moños blancos en su preciosa media coleta ondulada, tenía la boca de corazón más bonita de todas, sabía tanto de animales y lugares turísticos que aportaba datos en la clase que la maestra agradecía. Mi madre me había mentido y lo supe en el tercero del kinder, no era yo ni la más bonita ni la más inteligente de Tehuacán, menos del salón. Sigo hablando y acomodando los trastes en la cocina y mi hermana alcanza a gritarme desde la sala para interrumpir mis memorias: ¿No te parece que eras muy lesbiana de niñita que no parabas de ver a todas tus compañeras muy bonitas?
También.