¿Han sentido esa frustración de saber que ante una injusticia una no tiene gran posibilidad? Quiero decir, así vivimos las mujeres, todos los días. Es esa discusión con un misógino donde él reirá y tú sabes que tiene razón en reír, en este sistema no valemos nada y si nos asesinan, no pasará más que otro día en la normalidad. Es esa situación cuando te defiendes de un agresor y las miradas se vuelcan contra ti, señalándote a ti de «violenta» porque el «pobrecito» señor no te tocó como tú debes estar imaginando, el público grita «estás loca, deja al señor» mientras él ni se incomoda del acoso sexual que viene haciendo contra ti, y esa maldita voz: «tú estás mal, tú estás enferma, tú estás exagerando, tú, tú, tú…» se escucha de todas partes, el público clama al unísono. Es esa maquinaria que despliega su violencia contra una y una mira, y dice, no podré, no pasará nada, lo que aquí resultará es más violencia contra mí, estoy en sus terrenos, no se cansarán hasta deshacerme con saña. Como aquella vez que un hombre me quiso golpear, a mí y a otras amigas, en vía pública, puño a la cara, y al denunciar, nos voltearon la situación, así que nos llevaron a los separos. Es eso que se atora adentro en la garganta cuando sabes que tienes muy poco qué hacer, pero de todas formas lo vas a hacer, no importaba explicar que ese viejo asqueroso nos había lanzado el puño, en el juzgado cívico, la autoridad nos explicaba: tú eres la mala, el señor «un pobrecito» hombre que salió a pasear en domingo, en su outfit deportivo, y te viniste a encontrar su puño en el aire, tú eres la mala. Imagina, un vil golpeador defendido a capa y espada por la gente del escritorio. Entonces la voz del sistema de hombres: tú, tú, tú, tú debes trabajarte, tú tú tú, tú siempre, tú ves cosas donde no están, tú tú tú. Pero acá no es más un señor físico, es toda la estructura podrida, también mujeres encarnadas ahí defendiendo a los señores, tan cómodas en que nadie les tocará un cabello que se dan el lujo de no contar con preparación ni discurso ni nada, así como están, llenas de misoginia, son funcionales, excelentes, perfectas. Así me siento. Pero también recuerdo que esa vez en separos, llegaron las amigas a sacarme. Recuerdo esa vez que hicimos tremendo escrache en la universidad, para denunciar al profesor abusador, y ahí ya no reía él, no reía más, mucho menos cuando ya no hubo contrato para él el siguiente año, se tiene que hacer, aunque al iniciar se sienta a que no hay nada que se pueda hacer, pero lo haré aunque siento que estoy gritando a la nada, con las voces que vierten sobre mí: tú estás mal, tú, tú, tú, tú, tú, tú por ser independiente, tú por poner tu dignidad antes que todo, tú tú por no cansarte, tú tú tú por no aceptar diagnósticos lesbofóbicos, tú tú tú. Acá andan las voces que me insultan, que me dicen que soy yo la que está exagerando, las voces que me diagnostican como «enferma» por ser feminista, por «desviada» por ser lesbiana, las voces que se ríen de mí, los gritos ahogados, pero también está mi fuerza, los escraches, las marchas, las lobas, las amigas, los sueños, la utopía, la organización, la tranquilidad de saber que no se puede perder más y por eso vamos a hacer todo, la tranquilidad por saber que aunque no quieran que viva, sigo viva, incluso este respiro a conciencia, inhalar oxígeno, lo siento a rebeldía, mira cómo respiro aunque tú no quieras, mira cómo inflo mis pulmones de sueños, de fuerza, de las ganas de vivir, de compartir la vida aunque tú no quieras que me comparta, mira la alegría de seguir estando porque voy a seguir existiendo aunque tú no quieras. Mi respiro les arde, mi escritura la repudian, aunque bien que la plagian, el espacio que ocupa mi cuerpa les abruma, y aunque sé que reirán de mí todo lo que puedan, que me intentarán violentar aún más, prefiero intentarlo a quedarme callada en un rincón, prefiero, como siempre, el costo de hablar, pero no porque quiera sufrir, no se equivoquen quienes adoran los diagnósticos de la miseria neoliberal, quienes se adelantan a creer que esto de luchar es un gustito personal, si de gustitos se trata, yo quisiera vivir en una enorme casa con jardín, mirando plantas por las tardes, con mis amigas, las amoras, en una amplia sala, donde bailaríamos y charlaríamos sin fin, y compartiríamos alimentos cosechados y cocinados por nosotras, pero estamos aquí, en su maldita guerra patriarcal y toca moverse en lo que vamos encontrando cómo destruirlos.
