Había una muchacha muy hermosa en la prepa que además sacaba buenas calificaciones. Digo hermosa porque en esos años, y en el capitalismo siempre, a la mujer que llena los estándares se les llama hermosas. También digo que sacaba buenas calificaciones en segundo lugar después de hermosa, porque no era lo que más se decía de ella en aquella época.
Mi amiga Fabiola la odiaba, así me di cuenta que existía. Mira, ahí va Andrea, la odio. ¿Por qué la odias, te hizo algo? No, la odio porque se cree muy guapa, anda con equis tipo, el más guapo de la prepa, además lleva buen promedio, ¿pero sabes qué? a mí me parece que es una «ratona», mira sus dientes horribles, sus orejas enormes.
En ese segundo la miré por primera vez, era más bien imperceptible, menudita, delgada, con un uniforme impecable, con una coleta aburrida y mechas rubias, como entonces Belinda nos enseñó a llevar, así que solo si mirabas con atención te encontrabas con una carita pequeña morena, pero blanqueada y con rasgos hegemónicos.
Andrea tenía una hermana de mi edad: Mariana. Andrea iba en tercer año y Mariana iba en primero, como nosotras, pero en diferente grupo. Cuando vi a Mariana no entendía cómo una mujer tan bella podía no creerse bella, Me parecía fuera de este mundo, era imposible no ver sus ojos gigantes, tenía una nariz puntiaguda, cabello oscuro, también era hermosa según los estándares y también lo sabía. Pensaba aquellos días, a mis 15 años de vida patriarcal: «Si yo fuera así, no le hablaría a ningún hombre». Pero Mariana le hablaba a cualquier zopenco, nunca entendí por qué, bueno, ahora sí lo entiendo, había sido educada como todas, para escuchar a cualquier hombre, a pesar de que su belleza la colocara en otro lugar jerárquico -raciclasista- por encima de las demás.
Mariana se embarazó ese mismo año y la dejamos de ver. Andrea se fue a la universidad. Ambas se mudaron de ciudad.
No supe de Andrea hasta algún verano en que los hombres alrededor compartían en redes sus fotos en bikini, se había vuelto actriz en una televisora de alcance nacional, aparecía en portadas de revistas. Me dio curiosidad, pero no la suficiente para seguir las publicaciones de la cosificación que le hicieron.
Alguna vez la volví a encontrar en Instagram, ahora sí que le di seguir, sus publicaciones son sobre hacer abdominales imposibles o escalar con la fuerza de sus brazos por puentes y escaleras. Hay algo que noto aquí, le dije a la amora, juraría que es lesbiana. Sí, mira, tiene mirada de lesbiana, fuerza de lesbiana, sonrisa de lesbiana, agallas de lesbiana.
Este año recomendó una serie de televisión en internet en la que participó y un poco en la flojera de domingo, Furia y yo comenzamos a verla, nos picamos con la serie y nos hicimos fans: ¡hubiéramos querido que ella protagonizara todo todo!, cada escena desbordaba lesbiandad. A veces miramos sus fotos tratando de hilar que esa pilota con la que viaja tanto es en realidad su novia. Que por eso aparece en grupos de amigas. O que la fuerza de sus musculosas piernas es porque aprendió a defenderse de tanto acosador. Somos fans sin control en busca de pistas.
En el día ruin elegebetero que recién pasó, por fin apareció besando a la pilota de aviones. Gritamos de emoción, Furia y yo, y pasamos a dejarle corazones en su publicación de Instagram, luego volvimos a acomodarnos los cabellos, a fingir que nada pasó, y seguimos escribiendo cada quien sus respectivos documentos del trabajo.
¡Se los dijimos, es lesbiana!
